Rocha Cantú y la corrupción que refleja tanto al poder

En su columna “Rocha, un espejo incómodo”, Luis Carlos Ugalde expone cómo Raúl Rocha Cantú encarna la contradicción central del obradorismo: discurso de honestidad pública y redes criminales privadas protegidas por el poder.

Rocha Cantú
Rocha Cantú
Actualizado el 04 diciembre 2025 16:24hrs 2 minutos de lectura.
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Escrito por: Redacción adn Noticias

Luis Carlos Ugalde disecciona el caso de Raúl Rocha Cantú como símbolo vivo de las contradicciones más profundas del régimen obradorista. Dueño del Casino Royale de Monterrey —donde murieron 52 personas en 2011— y más tarde operador de Miss Universo, Rocha construyó un emporio que combinó huachicol, lavado de dinero y tráfico de armas, mientras obtenía contratos públicos y relaciones políticas de alto nivel.

Ugalde retrata a un personaje de doble rostro: por el día presidía un concurso internacional que habla de empoderamiento femenino y diversidad; por la noche, según la carpeta filtrada de la FGR, dirigía una compleja red criminal con empresas fachada y operaciones transnacionales. Esa dualidad le permitió codearse con políticos, empresarios y celebridades dentro y fuera de México, ser dirigente empresarial en Tamaulipas e incluso fungir como cónsul honorario de Guatemala en el Estado de México.

Lejos de ser una anomalía, Rocha —dice el autor— es un reflejo de las debilidades estructurales del obradorismo. Encarnó todo lo que López Obrador decía combatir: aspiracionismo, corrupción, tráfico de influencias, conveniencia política. Y, aun así, prosperó.

En 2023, su conglomerado obtuvo un contrato de Pemex por 745 millones de pesos para la construcción de ductos terrestres. Para levantar su red de negocios ilícitos necesitó permisos, contratos, importación de combustibles y armamento, lo que implicó complicidades en diversos niveles del gobierno.

Ugalde lanza entonces la pregunta incómoda: ¿cómo se coló con tanta facilidad un personaje de este tipo en un gobierno que prometía haber separado el poder económico del poder político? La respuesta —sugiere— está en el enfoque moralista del combate a la corrupción: no se erradicó el problema, solo se persiguió “la corrupción de los otros”.

No se fortaleció el Sistema Nacional Anticorrupción, se debilitó; no se impulsó la transparencia, se opacó; no se multiplicaron las licitaciones abiertas, sino las adjudicaciones directas. El resultado fue un nuevo ecosistema de coyotes, huachicoleros fiscales, familias beneficiadas y defensores del régimen bien remunerados.

El caso Rocha también anticipa un riesgo mayor: cuando se sustituyen controles institucionales por lealtades personales, y la capacidad por la obediencia, se crea el ambiente perfecto para que personajes sin ideología, pero con olfato para el poder, encuentren refugio para hacer negocios.

Rocha no es una excepción: es un espejo. Refleja lo que pasa cuando la superioridad moral reemplaza a las instituciones y el discurso sustituye a los controles. Hoy se cuestiona cuántos Rochas más ya están incrustados en las nuevas esferas del poder de la 4T… y cuántos todavía no han salido a la luz.

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