Violencia, impunidad y una narrativa al borde del colapso desgastan a Palacio Nacional
En su columna “Atrapada por la narrativa” publicada este miércoles en Reforma, Luis Carlos Ugalde desmenuza cómo el gobierno federal recurre al guion clásico del populismo para responder a la indignación ciudadana ante la violencia, evadiendo soluciones y apostando por la confrontación moral.
El politólogo y exconsejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, lanzó hoy una de sus críticas más directas al estilo de gobierno de la 4T. En su columna “Atrapada por la narrativa”, publicada en Reforma, analiza cómo la administración de Claudia Sheinbaum ha optado por el guion clásico del populismo frente al creciente enojo social por la inseguridad.
Ugalde abre recordando la mañanera del 17 de noviembre, cuando la Presidenta evitó empatizar con las protestas de jóvenes, médicos sin medicinas, madres buscadoras y trabajadores del Poder Judicial. En lugar de abrir un canal de diálogo, asegura, Sheinbaum descalificó: los llamó violentos, cuestionó sus motivos y remató diciendo que “no llenaron el Zócalo”.
La reacción institucional fue igual de predecible. Según Ugalde, el coordinador de Morena en el Senado replicó la fórmula: habló de “una embestida de la derecha oscura”, usó términos como ultraderecha y fascismo y llamó a “cerrar filas”, como si la crítica ciudadana fuese el problema, y no la violencia criminal que desangra al país.
El texto reconoce que en la marcha del sábado sí hubo infiltrados y políticos que aprovecharon reflector, pero subraya que la mayoría de los asistentes eran ciudadanos apartidistas, hartos de que el Estado no cumpla su obligación básica: garantizar seguridad.
Ahí Ugalde introduce el marco teórico de Pippa Norris, especialista de Harvard, para explicar que el populismo redefine cualquier reclamo como una disputa moral entre “el pueblo” y “las élites”. Y sostiene que eso es exactamente lo que está ocurriendo: ante cualquier crítica sobre inseguridad, el gobierno deja de discutir estrategias para convertir el tema en una pelea política.
La contradicción central, dice, es que el gobierno heredó, y no ha podido o querido cambiar, un legado de corrupción, impunidad y colusión entre grupos criminales y líderes políticos. Esa realidad, apunta, perfora el relato presidencial y le resta credibilidad.
Ugalde recuerda que México lleva dos décadas aguantando la violencia. Pero el miedo, advierte, se convierte en enojo cuando los ciudadanos sienten que los mismos políticos están coludidos con el crimen organizado o que encabezan redes de corrupción, como en los casos de La Barredora o el huachicol fiscal.
Y deja un mensaje contundente: si así luce el país apenas en el primer año del gobierno de Sheinbaum, la degradación de la seguridad no solo no se frenará, sino que podría intensificarse.
Ugalde remata sin rodeos: “A fuerza de repetir el mismo discurso, la Presidencia se está achicando”.
En un país rebasado por la violencia, el gobierno insiste en la épica moral, no en las soluciones. Y el problema —como sugiere el autor— ya no es la narrativa… sino que la realidad dejó de obedecerle.
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