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La movilización que costó millones: cuando el poder necesita escenografía

Héctor Aguilar Camín cuestiona el despliegue del poder en las calles y estima que la movilización del sábado habría costado entre 250 y 500 millones de pesos. Para el analista, un gobierno verdaderamente fuerte no necesita llenar plazas… a menos que tenga dudas.

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La movilización que costó millones: cuando el poder necesita escenografía|Reuters

En su columna Dudas de la plaza llena, publicada en Milenio, el periodista y escritor Héctor Aguilar Camín lanza una de las críticas más duras a la reciente movilización masiva promovida por el gobierno, al estimar que el costo para llevar a cientos de miles de personas a la plaza pública osciló entre 250 y 500 millones de pesos. Transporte, alimentos, hospedaje, propaganda y logística conforman una factura millonaria para una sola jornada de demostración política.

El señalamiento de fondo no es sólo económico, sino político: ¿por qué un gobierno que presume fortaleza, control institucional y dominio sobre adversarios necesita además una fiesta multitudinaria en las calles para reafirmarse? Para Aguilar Camín, la respuesta es inquietante: la plaza llena no es una muestra de seguridad, sino una fisura de duda.

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La columna sugiere que este tipo de movilizaciones ya no operan como expresiones espontáneas de respaldo popular, sino como escenografías del poder, orquestadas desde arriba, donde el “apoyo” se organiza, se transporta y, muchas veces, se incentiva. El aplauso deja de ser ciudadano para convertirse en parte del montaje.

Más allá de si asistieron personas por convicción o por conveniencia, el mensaje político es claro: cuando el poder necesita demostrarse de manera tan aparatosa, algo no termina de cuadrar. La legitimidad no debería depender de camiones, lonas, tortas y listas.

El análisis de Aguilar Camín apunta a un desgaste silencioso: el poder que requiere exhibirse todo el tiempo es un poder que se sabe cuestionado, incluso cuando domina. Y esa paradoja —controlarlo todo, pero necesitar confirmarlo en la plaza— es el síntoma más inquietante.

Porque un gobierno que se dice fuerte, pero que gasta cientos de millones en simular entusiasmo popular, no está consolidando su autoridad: está comprando su propia narrativa. Y cuando el aplauso tiene precio, deja de ser respaldo para convertirse en una factura más que terminará pagando el país.

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