Desde La Chingada, el expresidente vuelve a mover los hilos del poder

En su columna “El jubilado y su caradura”, Salvador García Soto retrata el regreso político de López Obrador desde “La Chingada”: un acto disfrazado de presentación de libro que confirmó que el expresidente no solo no se ha ido, sino que sigue influyendo —y controlando— a la 4T.

la chingada amlo
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Escrito por: Redacción adn Noticias

Bajo el pretexto de presentar su libro “Grandeza”, López Obrador reapareció públicamente desde su bunker tropical de “La Chingada” , no para hablar de literatura, sino para mandar un mensaje político directo a sus bases, a la presidenta Claudia Sheinbaum, a Estados Unidos y a los opositores de la Cuarta Transformación.

Empotrado en una silla de madera y con una narrativa cargada de autosatisfacción, el expresidente presumió supuestos logros como la reducción de la pobreza, pero evitó cualquier mención a las herencias más pesadas de su sexenio: la deuda histórica, la violencia desbordada del narcotráfico y los costos multimillonarios de sus obras faraónicas. Se dijo “jubilado y retirado”, pero su tono fue el de quien sigue ejerciendo el poder desde las sombras, seguro y altanero.

García Soto recuerda que en el presidencialismo mexicano la irrupción de un expresidente siempre opaca al gobernante en turno. En este caso, aunque López Obrador podría ayudar a su sucesora dentro de Morena , hacia el resto de la sociedad refuerza la percepción de que el poder real sigue estando en sus manos.

El video de su regreso, más que una presentación editorial, fue una auténtica mañanera reciclada. Sus propias palabras terminaron por confirmar que su retiro es una simulación. Dijo estar listo para salir a las calles en tres escenarios: para defender a la presidenta si es “acosada” o sufre un “golpe de Estado”; para defender la soberanía frente a Washington; y —con ironía brutal— para “defender la democracia”, la misma que comenzó a erosionar desde el poder.

Para el columnista, lo ocurrido fue un acto claro de respaldo político a una presidenta a la que López Obrador percibe débil, cercada por las crisis que él mismo le heredó. Pero también fue la confirmación de que no ha soltado el control sobre su movimiento, sus bases clientelares ni sobre muchas de las decisiones que hoy corresponden a Sheinbaum, rodeada de colaboradores que le fueron impuestos desde el sexenio anterior.

López Obrador podrá llamarse “jubilado”, pero gobierna como fantasma omnipresente. Sale cuando quiere, dicta cuando puede y se esconde cuando le conviene. La gran pregunta ya no es si se fue, sino cuánto tiempo más la Presidenta seguirá gobernando bajo su sombra.

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