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La deuda pendiente con la dignidad: 77 años de derechos humanos incumplidos

A 77 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Luis Arriaga Valenzuela advierte que la promesa de un mundo sin temor ni miseria sigue lejos de cumplirse, entre guerras, autoritarismos, desigualdad y crisis climática.

violencia en México
La deuda pendiente con la dignidad: 77 años de derechos humanos incumplidos|Getty Images

En su columna publicada en El Universal, el rector de la Universidad Iberoamericana, Luis Arriaga Valenzuela, recuerda que este 10 de diciembre se cumplen 77 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aquel documento proclamado en 1948 tras la devastación de dos guerras mundiales, que prometía un mundo donde la humanidad pudiera vivir “liberada del temor y de la miseria”.

Arriaga subraya que, aunque la Declaración marcó un parteaguas histórico al reconocer por primera vez derechos inherentes a toda persona, su promesa sigue lejos de cumplirse. El panorama actual es demoledor: guerras activas, el debilitamiento del multilateralismo, el avance de los autoritarismos, los discursos de odio, la desigualdad estructural y una crisis climática que agrava todas las violencias.

México, advierte, no es la excepción. El autor pone sobre la mesa una herida que sigue abierta desde hace casi dos décadas: la violencia deshumanizante que atraviesa vastas regiones del país, cuyo rostro más doloroso es el de las madres buscadoras que, ante la ausencia del Estado, siguen escarbando la tierra para encontrar a sus desaparecidos.

Para Arriaga, el 10 de diciembre no es una fecha decorativa ni un acto simbólico vacío. Es una obligación moral y política para renovar la defensa de los derechos humanos, porque su vigencia nunca está garantizada. La historia demuestra —señala— que estos derechos pueden retroceder, ser anulados o reducidos a discurso cuando el poder decide ignorarlos.

Pese al contexto, el rector de la Ibero se niega a ceder al cinismo. Sostiene que los derechos humanos no son conceptos etéreos ni consignas de ocasión, sino herramientas concretas para construir sociedades más justas, incluyentes y solidarias.

Setenta y siete años después, el ideal de la dignidad humana sigue intacto… lo que está roto es la voluntad de los gobiernos para cumplirlo. Mientras los derechos humanos sigan siendo un discurso cómodo para los poderosos y una promesa negada para las víctimas, la Declaración no será un triunfo de la humanidad, sino el recordatorio incómodo de todo lo que el poder ha decidido traicionar.

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