Desafíos críticos para el agro mexicano: déficit en granos, cambio climático y presiones externas

Hablar de alimentos es hablar de lo esencial, pero el panorama agropecuario nacional enfrenta claroscuros: superávit en frutas y verduras, pero un déficit comercial de 12,400 mdd en granos y oleaginosas, con el maíz como punto neurálgico.

Actualizado el 03 septiembre 2025 22:03hrs
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Hablar del sector agropecuario mexicano es hablar de algo que nos concierne a todos, porque al final del día, todos nos sentamos a la mesa y dependemos de los alimentos que se producen en el campo. Sin embargo, detrás de ese acto tan cotidiano se esconde una compleja red de desafíos que marcan el presente y el futuro del país en materia alimentaria. Hoy, el panorama no es uniforme: mientras en algunos rubros como frutas y verduras México mantiene un superávit que ha permitido posicionarnos como uno de los grandes proveedores a nivel internacional, en otros sectores la realidad es muy distinta. El caso de los granos y oleaginosas es crítico: aquí, las carencias son tan profundas que nuestro déficit comercial asciende a 12,400 millones de dólares, con el maíz encabezando la lista de productos más problemáticos. Esto no es un simple dato técnico: el maíz es la base de nuestra dieta, el pilar de la alimentación mexicana, lo que vuelve esta situación particularmente alarmante.

Pero los retos no terminan ahí. El cambio climático ha introducido una capa de incertidumbre que hace aún más difícil mantener niveles de producción estables y suficientes. Sequías prolongadas, lluvias irregulares y fenómenos extremos golpean con fuerza la capacidad del campo para responder a la demanda. A esto se suma la falta de políticas públicas efectivas que permitan a los productores enfrentar estas condiciones adversas. El escenario se complica todavía más con el desplome en las cotizaciones del maíz, lo que golpea directamente al bolsillo de los productores, muchos de los cuales ya operan con márgenes muy ajustados.

Por si fuera poco, en el horizonte internacional se dibuja una amenaza que no podemos ignorar: el regreso de Donald Trump y sus políticas proteccionistas, que en el pasado ya afectaron al sector agropecuario mexicano y que, de repetirse, pondrían más presión sobre nuestra capacidad exportadora. El tomate es un ejemplo reciente de estas tensiones: las presiones de los productores estadounidenses obligaron a frenar exportaciones, afectando a quienes dependen de esta actividad. Y no es el único caso. Las exportaciones de ganado en pie se han detenido abruptamente debido al gusano barrenador, mientras que productos tan emblemáticos como las berries, las fresas y el aguacate han sufrido caídas significativas en los volúmenes enviados al extranjero, lo que impacta no solo en la economía del sector, sino en toda la cadena de valor asociada.

Como si todo esto no fuera suficiente, hay un factor que erosiona lentamente la posibilidad de recuperación: la inseguridad en las regiones productoras. Las amenazas, el robo, la extorsión y la violencia se han convertido en una barrera adicional para quienes trabajan la tierra, obligando a muchos a reducir su producción o incluso a abandonar sus parcelas. Frente a este panorama lleno de claroscuros, la urgencia de actuar no admite demora. Es necesario apretar el paso en materia de producción, innovar, proteger a los productores y blindar las cadenas de suministro frente a riesgos internos y externos. Lo que está en juego no es solo la estabilidad económica de un sector, sino algo mucho más vital: la seguridad alimentaria de todos los mexicanos en un momento en que la mesa familiar depende más que nunca de decisiones estratégicas y de una visión clara para el futuro del campo.