El entorno de las empresas de cara a la política arancelaria de Trump y la renegociación del T-MEC
El regreso del proteccionismo con los aranceles de Trump y la inminente renegociación del T-MEC plantean un gran reto para las empresas mexicanas.
En un mundo cada vez más interconectado, donde las cadenas de suministro cruzan continentes y las economías dependen unas de otras para sostener su crecimiento, las decisiones políticas de una sola nación pueden alterar el equilibrio global. Ese es exactamente el escenario que enfrentamos hoy con la política arancelaria impulsada por Donald Trump y el impacto que esto puede tener en la relación comercial entre México, Estados Unidos y Canadá bajo el marco del T-MEC. Aunque la renegociación del tratado se presentó como una modernización de las reglas del comercio trilateral, lo cierto es que este acuerdo ha estado marcado por tensiones políticas y presiones económicas que van mucho más allá de lo comercial.
Para México, que destina más del 80% de sus exportaciones al mercado estadounidense, cualquier movimiento arancelario significa un golpe directo a su economía. No estamos hablando solo de cifras en una balanza comercial, sino de miles de empleos, de cadenas de valor estratégicas en sectores como el automotriz, el agroindustrial, el energético y el tecnológico. El país se encuentra en una posición especialmente vulnerable porque su dependencia del comercio con Estados Unidos es una de las más altas del mundo entre socios comerciales. Mientras tanto, Trump ha demostrado que está dispuesto a usar los aranceles no solo como herramienta económica, sino también como un instrumento de presión política para abordar temas que considera prioritarios: migración, seguridad fronteriza y combate al narcotráfico.
Este enfoque plantea una pregunta crítica: ¿qué tan preparado está México para enfrentar un escenario donde el comercio deje de ser un terreno puramente económico y se convierta en un tablero geopolítico lleno de riesgos? Si el pasado reciente sirve de guía, sabemos que el proteccionismo no se queda en discursos; se traduce en medidas concretas que pueden desestabilizar industrias enteras. Las amenazas arancelarias a productos como acero, aluminio e incluso automóviles, así como la posibilidad de imponer tarifas generalizadas si no se cumplen ciertas condiciones, son un recordatorio claro de que la relación bilateral nunca ha sido tan estratégica y tan frágil al mismo tiempo.
Pero el reto no se limita a resistir presiones externas. Internamente, México enfrenta sus propios desafíos: inseguridad, crimen organizado, narcotráfico y un flujo migratorio que no se detiene. Todos estos factores son usados como argumento en las negociaciones y pueden determinar el rumbo del T-MEC en los próximos meses. Si a esto sumamos la creciente competencia global, con países que buscan ocupar el lugar de México en la cadena de suministro hacia Estados Unidos, el panorama se vuelve aún más complejo. ¿Puede México garantizar estabilidad para los inversionistas? ¿Podrá mantener su posición privilegiada en el comercio norteamericano?
El impacto no será uniforme. Las grandes empresas con operaciones diversificadas pueden resistir mejor la tormenta, pero para las pequeñas y medianas compañías, que dependen directamente de las exportaciones, cualquier incremento en aranceles puede significar la diferencia entre sobrevivir y desaparecer. Los costos no se limitan a las aduanas; también hay un efecto indirecto en la confianza empresarial, en la atracción de inversiones y en la estabilidad cambiaria. Si los mercados perciben que la relación comercial con Estados Unidos está en riesgo, el peso puede resentirse, las tasas de interés subir y el consumo interno verse afectado.
Frente a este panorama, la pregunta no es si habrá ajustes, sino cómo se van a gestionar. La respuesta pasa por fortalecer la diplomacia económica, consolidar las cadenas de valor internas, diversificar mercados y, sobre todo, asumir que el proteccionismo no es una amenaza pasajera, sino una tendencia que llegó para quedarse. En un mundo que parecía avanzar hacia la globalización sin barreras, estamos presenciando un regreso a las fronteras económicas, donde la competitividad dependerá no solo de los costos de producción, sino también de la capacidad política para negociar en un entorno cambiante.
El T-MEC representa una oportunidad única para mantener la integración regional, pero también un desafío que exige estrategia, unidad y visión de largo plazo. Porque lo que está en juego no son solo aranceles; es el futuro del modelo económico mexicano, su inserción en el comercio global y la estabilidad de millones de familias que dependen de que este engranaje no se rompa.