Fabrice Aragno, el último gran colaborador de Jean Luc Godard

El cineasta Fabrice Aragno trabajó con el histórico Jean-Luc Godard y hoy, adn40 pudo hablar con él sobre su trabajo, su trayectoria y algunos detalles de su vida como artista.

Fabrice Aragno, el último gran colaborador de Jean Luc Godard
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Durante veinte años, Fabrice Aragno trabajó codo a codo con Jean-Luc Godard . Fue su director de fotografía, pero también algo más: un cómplice en la invención constante. En esta conversación íntima, reflexiva, a rato titubeante como un recuerdo delicado, Aragno repasa lo que significó acompañar la última etapa de una de las obras más vastas y radicales del cine moderno. No habla desde la nostalgia ni la solemnidad: lo hace como alguien que sigue viendo figuras en las nubes.

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Trabajaste durante veinte años con Jean-Luc Godard. Ya han pasado algunos desde su partida. Si miras en retrospectiva, ¿qué pensamientos te deja haber acompañado la última etapa de una obra tan amplia como la suya?

Nunca pensé que estaba viviendo “la última etapa”. Vivía el presente. Nunca fue: “oh, debemos pensar en el futuro del cine o el legado”, no. Trabajamos, simplemente. Antes de conocerlo, había estado en una escuela de cine. Fue difícil, porque allí te enseñan reglas, y yo venía del teatro de marionetas, no solo para niños, también para adultos. Un mundo de libertad total. Los marionetistas que conocí tenían una sensibilidad enorme, una forma de expresar lo invisible. Después pasé al cine, y en la escuela me decían: “hay que escribir historias simples”. Pero yo quería hacer cosas increíbles.

Para mí el cine es eso: tomar algo pequeño y proyectarlo grande, hacerlo pantalla. Y en la escuela solo escuchaba: “estructura”, “producción” ,“presupuesto”. Todo era limitación. Y entonces, por azar, apareció Godard. Tenía miedo, porque todos decían que para entenderlo había que haber leído esto y aquello, conocerlo todo. Y yo no sabía nada. Era como un niño con las manos, el cuerpo y el corazón queriendo hacer cosas. Y un domingo lo conocí. No fue en su casa, sino en el lugar donde trabajaba. Un gran espacio. Lo vi y me saludó con un “bonjour” sencillo, amable.

En ese instante ya no era Godard: era Jean-Luc. Y con él jugábamos. No como niños, pero con esa libertad de ver el cielo y encontrar figuras en las nubes. Jean-Luc veía el mundo como un niño lo ve: sin cinismo. Veía la política, la historia, la sociedad, tal como son, sin adornos. Por eso veía las cosas antes que los demás. Cuando hizo Weekend en el 67, ya anunciaba el 68. Y así fue siempre.

¿Cómo definirías, como colaborador y también como espectador, las películas que hizo en el siglo XXI? ¿Qué caracterizó esa etapa final?

Es difícil responder porque yo estaba dentro. No tenía distancia. Pero sí puedo decir que, con la llegada del digital, algo se abrió. Yo nunca tuve miedo de la técnica. Me gusta jugar con ella. Sentía libertad. Jean-Paul Battaglia trabajaba conmigo, él era muy bueno con la gente, con los actores, y eso generaba un entorno de serenidad para Jean-Luc.

Mientras yo me encargaba de la parte técnica, Jean-Luc podía imaginar con más libertad. Nos volvimos un equipo muy reducido. Solo Jean-Paul y yo. Las últimas películas ni siquiera tenían rodaje. Solo papel, edición, sonido. Jugábamos con cámaras que filmaban hojas de papel, escaneábamos imágenes, hacíamos una especie de animación.

Hasta el final, él buscaba nuevas formas de cine. Estaba cansado, sí, y decidió irse. Pero la creación no se acabó. Podemos seguir. Se puede hacer cine como un niño que juega. Él lo hizo. No para imitarlo, eso sería terrible. Hay muchas películas hoy que quieren “hacer Godard”. Pero la lección verdadera es otra: hacer lo tuyo, con libertad. Escuchar lo que uno tiene dentro. Crear sin la dictadura del mercado o de los medios. Porque, de verdad, creo que el público también se cansa de la estupidez. Y entonces escucha.

Se han hecho libros, documentales y reportajes sobre Jean-Luc Godard. Tú que lo conociste de cerca, ¿cuál dirías que es una cualidad suya como artista que se menciona poco y que debería decirse más?

Tal vez no se dice lo suficiente que el verdadero autor de su obra no es él, sino el que la recibe. El espectador. No hay que buscarle claves ocultas. Sus películas no son complicadas, son complejas. Están llenas de cosas, como un vino muy denso, que se puede probar lento, con tiempo. Se puede ver una película suya solo con sonido. O solo con imagen. Es otra experiencia.

Él hacía películas de pensamiento. Y para verlas bien hay que hacerlo con libertad, como los niños que no se preguntan el porqué de todo, simplemente observan. Es eso: dejar que la película piense contigo.

Mencionaste que estás terminando tu primer largometraje. ¿Cuál es tu idea de la imagen hoy, en este punto de tu vida como artista?

Para mí, la imagen está muy cerca del sueño. Por ejemplo: cuando pienso en los años que han pasado, los imagino como un paisaje. El tiempo es imagen.

Y el cine tiene esa potencia: la pantalla es enorme, doce metros por seis. ¿Cómo usar eso solo para mostrar una cabeza que habla? No me interesa. La imagen tiene que expresarlo todo. La forma, el tiempo, el sonido. Estoy probando cosas también con la ausencia de imagen. Solo sonido. Pantalla en negro. Y eso también dice algo. Es como volver al principio, donde no hay reglas. Donde todo se puede imaginar.

Volviendo a tus años con Godard: ¿cuál fue el mayor aprendizaje que te dejó como director, y que ahora aplicas tú en tu obra?

La libertad. Pero no su forma. Yo no hago cine como él. Me molesta cuando veo películas que copian su estilo. Tomar sus textos, ponerlos sobre imágenes, repetir sus fórmulas... eso lo odio.

Lo que aprendí fue a escucharme a mí mismo. Ser uno mismo. Una vez él me envió un correo. Solo tenía una imagen de un autorretrato de Courbet, el pintor francés, y una frase: “Ne courbe pas la tête. ”No agaches la cabeza. Era un juego con la palabra Courbet y el verbo courber. Me decía, “no bajes la cabeza”, mantente erguido.

Él me decía que mi fotografía era increíble. Y yo le creí. Por eso hoy, cuando me dan una medalla, se la dedico a él. Y también a Freddy Buache, el fundador de la cinemateca suiza. Ambos crearon, de diferentes formas, una libertad para el cine. Jean-Luc haciendo un cine libre. Freddy promoviendo su existencia.

Última pregunta: ¿cuál fue la última película que te emocionó?

Siempre vuelvo a Antonioni. Hace poco vi de nuevo El gatopardo, de Visconti, y sentí que lo hemos perdido todo. Aquí, en Occidente, en Europa, hemos perdido mucho. No sé cómo están las cosas en América. Vi hace años la primera película de Bi Gan, antes de que fuera famoso. Me gustó mucho.

Ahora está haciendo su tercera, fue a Cannes. No la he visto. Me da un poco de miedo… que se haya perdido en la selva del dinero. Pero creo que en Asia, en Taiwán, en Japón, incluso en China, aún hay espacio para crear. Lugares donde el cine puede ser otra cosa.

Fabrice Aragno
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