El lugar secreto en el Mercado Jamaica para disfrutar la cultura del picante

A escasos cinco pasos de la entrada al Mercado Jamaica se encuentra el que pareciera ser otro local más al que acuden las personas en busca de los mejores ingredientes para cocinar un delicioso piernil en chile morita, unos bisteces en pasilla, pollo encacahuatado o cualquier platillo mexicano que lleve (o no) chile.

La Flor de Jamaica no es un establecimiento más donde venden chiles secos, cacahuates, fruta confitada, materias primas o cualquier cosa que nos recuerde a nuestra infancia acompañando a mamá el fin de semana al mercado a comprar los ingredientes para la comida de la semana, sino un rincón secreto en la enorme Ciudad de los Palacios que nos promete experimentar la raíz de la cultura del picante.

Entre el bullicio de los comerciantes y sus clientes, el olor a flores y plantas frescas y el sol quemante del verano mexicano, la flor de jamaica nos abrió sus puertas con los brazos extendidos y la aventura de una experiencia gastronómica.

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El color rojo y tonalidades ocre conforman la paleta de colores que adorna el local; costales de un metro repletos de chiles secos son los protagonistas de la tienda y aquellos que aromatizan el lugar, opacando a las semillas y materias primas que esperan ser igual de solicitadas que su competencia.

Fer, el socio fundador de este concepto y tercera generación en la venta de chiles, nos contó que su abuelo migró a la capital hace muchos años, instalándose en las inmediaciones del Mercado Jamaica cuando todavía la televisión era a blanco y negro. Tras una explicación sobre las mañas de los vendedores de este producto, la variedad de chiles y revelándonos que el chile no es nativo mexicano, sino sudamericano, procedimos a ir al patio trasero del local para entender físicamente la cultura del picante.

Un lugarcito mágico y acogedor, lleno de plantas y mucha iluminación, seguramente como fueron los patios de aquellas casas en los tiempos en que llegó el abuelo de Fernando a aquella zona de la ciudad. Pero la experiencia apenas comenzaba.

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Entramos a un cuarto lo suficientemente grande para que cupieran 30 personas sentadas en dos mesas de madera clara y pulcra; el cuarto, aunque no contaba con luz natural, estaba iluminado con pequeñas lámparas de luz tenue que resaltaban las piezas con las que estaba adornado, que fácilmente podrían ser réplicas sacadas del Museo de Antropología.

Al fondo, la chef preparaba un daiquirí con un toque de chile chipotle mientras nosotros tomábamos asiento frente a un molcajete y un plato de barro lleno de chiles, cilantro, cebolla, ajo, jitomate y tomate: era momento de honrar el legado de nuestras abuelas y hacer una buena salsa en este milenario instrumento mexicano.

La experiencia fue hecha en parejas, mientras uno picaba los ingredientes, el otro los trituraba en la piedra. No hay una receta secreta para hacer salsas en molcajete, pero nuestro anfitrión nos reveló el secreto que asegurará tu salsa sea un éxito. Primero se muelen los ingredientes con sabor más fuerte, en este caso, el ajo, y así sucesivamente. Todo es al gusto de cada quien.

Entre bromas y el olor del picor que desprendían todos los ingredientes molidos en la piedra, cada pareja terminó su obra maestra y Fer, junto con su mamá y la chef, nos recordaron los domingos ociosos y familiares de comer tacos placeros, poniéndonos a nuestra disposición chicharrón, queso panela, cilantro y jitomate, para degustar nuestra salsa y la de los demás.

La Cultura del picante, en palabras del socio fundador, se comparte, y qué mejor que en esta experiencia gastronómica, acompañada de una buena cerveza o una refrescante agua de jamaica.

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